Cada vez hay más evidencias, y experiencias demostrativas, del papel que están jugando las áreas protegidas como herramientas para contribuir a la salud de las personas, para afrontar el cambio climático y para promover la educación ambiental para la sostenibilidad. Para ello es fundamental asegurar su gestión adaptativa y eficiente, con medios materiales, económicos y humanos adecuados a los nuevos retos.

Los objetivos de conservación de las áreas protegidas están basados en el mantenimiento de los ecosistemas, son capaces de suministrar servicios para el bienestar humano y se alinean con las estrategias de adaptación al cambio climático.

 

Entre los beneficios más importantes de las áreas naturales protegidas para la salud destacan:

• Aportan escenarios donde desarrollar actividades deportivas al aire libre que no requieren infraestructuras específicas.

• Ofrecen oportunidades diversas para la recuperación de enfermedades, particularmente las relacionadas con los problemas cardiovasculares.

• Aportan experiencias personales irrepetibles.

• Son lugares con grandes oportunidades de trabajo en la creación de hábitos de vida saludable y promoción del ejercicio físico. 

El cambio climático viene a acentuar los efectos de otras perturbaciones como los cambios en el uso del suelo o la proliferación de especies invasoras. La Agencia Europea de Medio Ambiente plantea el interés estratégico de la conservación de algunos hábitats como los bosques o los prados y pastizales por su papel en el secuestro y almacenamiento de carbono. 

Ante estas evidencias, podemos afirmar que la declaración de más espacios protegidos en el medio natural es el mejor uso que se le puede dar ya que desempeñan una función decisiva para la conservación de los ecosistemas y la supervivencia de las especies, son uno de los instrumentos fundamentales para la conservación in situ de la biodiversidad y son espacios de disfrute y esparcimiento para las personas.